domingo, febrero 20, 2011
La frase de Zinoviev (2)

Sin embargo, no han faltado las excepciones, aunque, claro, convenientemente silenciadas. Cito a continuación un pasaje de Nolte:
Mijail Heller y Alexander Nekrij, historiadores soviéticos recién emigrados,definen el sistema estalinista como “el sistema más antihumano” que jamás haya existido en la tierra (Geschichte der Sowjetunion, Königstein, 1981, 2 vols., t. II, p. 218); según Milovan Dyilas no existió nunca un “déspota más brutal y cínico que Stalin”(Gespräche mit Stalin, Francfort, 1962, p. 241) y Nikolai Tolstoi expresa en forma concreta la implicación más importante al afirmar que, en comparación con Stalin, Hitler fue casi un dechado de virtudes cívicas (Stalin’s secret War, Nueva York, 1981, p. 28). Leonard Schapiro, a su vez, sugiere una comparación entre Lenin y Hitler cuando plantea la tesis de que la obsesión por el poder fue el único elemento permanente del pensamiento de Lenin y que de ella derivó la firme voluntad de no transigir nunca. Adam Ulam, en cambio, limita su afirmación a un periodo relativamente corto de tiempo, al indicar que el régimen de Stalin de 1936-1939 fue sin duda el más tiránico de todo el mundo (Russlands gescheiterte Revolutionen, Munich y Zurich, 1981, p. 499). Sin embargo, los propios dirigentes bolcheviques pusieron estas comparaciones en boca de las generaciones posteriores, por decirlo así, con las aserciones que desde el principio hicieron. En 1924 Trotski escribió, por ejemplo, que la Revolución procedía con “los métodos de la cirugía más cruel” (Literatur und Revolution, Berlín, 1968, p. 161); por su parte, Stalin declaró sin inmutarse que los terratenientes, kulaks, capitalistas y comerciantes habían sido “eliminados” de la Unión Soviética (Merle, Fainsod, How Russia is Ruled, Cambridge, 1963, p. 371. Cabe mencionar también la frialdad con la que antes de 1933 algunos autores alemanes, como Klaus Mehnert e incluso Otto Hoetzsch, hablaban del exterminio de la antigua intelectualidad y de los kulaks. Al leer sus textos se impone la pregunta de si allende las fronteras alemanas, después de eventual victoria de Hitler, posiblemente se hubiese comentado con la misma insensibilidad el exterminio de los judíos). Algunos de los juicios más tajantes provienen de ex comunistas y tuvieron su origen, por lo tanto, en la reflexión revisionista y no en un anticomunismo burgués preexistente. En opinión de Leonard Trepper, el antiguo “Gran Jefe” de la “Capilla Roja”, en retrospectiva el estalinismo y el fascismo son “monstruos” por igual (Leopold Trepper, Die Wahrheit. Autobiographie, Munich, 1975, p. 345), y en el legado de Hans Jaeger, por otra parte, que en 1932 aún escribía artículos para el Inprekorr, se encuentra la siguiente frase: “El marxismo tiene la culpa, indirectamente, de los seis millones de judíos muertos. Fue el primero en predicar el odio, el primero en mostrar cómo se extermina a toda una clase social” (Archiv d. Inst. f. Zg., Nachlass Hans Jaeger, ED 210/31, p. 78) (Nolte, E. La guerra civil europea, 1917-1945, México, FCE, 2001, pp. 49-50).
Al lado de los que han callado y de los que, al menos, han impreso negro sobre blanco la evidencia elemental, pocos, tenemos a los que han justificado los crímenes del comunismo. Son tantos, que citarlos aburriría. Un ejemplo español es el escritor Juan Benet, quien se prodigó en humanismo al justificar el gulag de la siguiente manera:
Todo esto, ¿por qué? ¿Porque ha escrito cuatro novelas, las más insípidas, las más fósiles, literariamente decadentes y pueriles de estos últimos años? ¿Porque ha sido galardonado con el premio Nobel? ¿Porque ha sufrido en su propia carne –y buen partido ha sacado de ello– los horrores del campo de concentración? Yo creo firmemente que, mientras existan personas como Alexandr Soljenitsin, los campos de concentración subsistirán y deben subsistir. Tal vez deberían estar un poco mejor guardados, a fin de que personas como Alexandr Soljenitsin no puedan salir de ellos. Nada más higiénico que el hecho de que las autoridades soviéticas –cuyos gustos y criterios sobre los escritores rusos subversivos comparto a menudo– busquen la manera de librarse de semejante peste.
Para abundar un poco más en las reacciones de los “intelectuales progresistas españoles” (antifranquistas=antifascistas) frente a la verdad revelada por Solzenitsin (y que la historia no ha hecho más que confirmar), puede consultarse el siguiente enlace:
http://www.adecaf.com/geno/esp/esp/Un%20autorretrato%20del%20antifranquismo.pdf
Y este otro:
http://www.elpais.com/articulo/cultura/SOLZHENITSIN/_ALEXANDR/BENET/_JUAN/ratifico/dije/Solzhenitsyn/elpepicul/19760505elpepicul_4/Tes
A toda la progresía farisea e hipócrita, incluida Montserrat Roig, autora de Els catalans als camps nazis, se les cayó la máscara humanitaria y filosionista muy pronto, porque, entre otras cosas, Solzenitsin ponía en evidencia las dimensiones de la participación judía en el exterminio de los pueblos ruso, ucraniano, cosaco… Como ya sabemos por otras entradas de este blog, la mayoría de los responsables de campos de concentración soviéticos eran de procedencia hebrea, y hebreo era también el mayor exterminador, Yagoda (Yehuda), al que en su día dedicaremos una entrada. Conviene cruzar este dato con otro, procedente de Israel Shahak y del que ya hablaremos también, que explica el odio cerval del judaísmo clásico a los campesinos; y con un tercer dato, a saber, que el campesinado ucraniano fue liquidado en masa por estos judeo-bolcheviques en un auténtico genocidio secretamente étnico que rebasa con mucho las dimensiones del holocausto y le precede.
Cuando le preguntan a Solzenitsin por el tema de los judíos bolcheviques soviéticos en tanto que administradores privilegiados del gulag, la respuesta no puede ser otra que la siguiente:
Yo no tengo la culpa de que todos ellos sean de procedencia judía. No se trata de una selección artificial realizada por mí. La separación la ha hecho la historia. En mi debate con el poder comunista he mantenido siempre la opinión de que no hay que avergonzarse cuando se habla o se escribe de los crímenes cometidos, sino cuando se cometen, cuando se cae en ellos. Tantos han sido los asesinados, es tan monstruoso y hoy desproporcionado el número de crímenes cometidos que hoy, en efecto, parece inconcebible. Sin embargo, es una triste realidad.
En la citada recopilación que se titula Iz-pod glyb he expuesto mi opinión personal sobre todo esto. Puedo resumirlo también aquí. Se trata de lo siguiente: Es indudable que la confesión sincera, declarada, abierta de la culpabilidad de uno es un asunto propio de cada persona, y otro tanto puede decirse de la culpabilidad colectiva de los pueblos y de las naciones. Los propios pueblos y las propias naciones tienen que sacar a la luz del día su participación en los pecados. Por eso quiero subrayar que si por casualidad se advierte algún matiz, de la clase que sea, en lo que he dicho sobre los judíos no es éste mi deseo, ni mucho menos. (Solzhenitsin, A., Alerta a occidente, Barcelona, Acervo, 1978, p. 256).
Lamentablemente, no podemos saber lo que el premio Nobel tiene que decir sobre Israel, porque al llegar a este punto, como por arte de magia, la grabación en que se basa el libro queda cortada.
La presencia desproporcionada (en relación con su volumen demográfico) de judíos en el partido bolchevique es un hecho histórico que se acepta a regañadientes. Sin embargo, incluso Sartre, alguien poco sospechoso de fascismo, parte de este supuesto, aunque sea, en su caso, para elogiar al pueblo elegido:
No se olvide que había un número considerable de judíos en el partido comunista en 1917. En cierto sentido se podría decir que ellos han conducido la revolución (Sartre, J. P., La esperanza ahora. Las conversaciones de 1980, con Benny Lévy, Madrid, Arena Libros, 2006, p. 69).
Pero que “ellos” conducían la revolución (Sartre) y que “ellos” perpetraban los crímenes de esa revolución (Solzenitsin), unido al hecho de que se trata de la más asesina operación política de la historia (Stéphane Courtois, Libro negro del comunismo, p. 18), ¿no convalida el anticomunismo de Hitler, es decir, su idea del judeobolchevismo como enemigo principal del nacionalsocialismo? Y los genocidios, crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad perpetrados por el comunismo, ¿se habrían evitado en caso de que Hitler hubiera ganado la guerra, o sea, derrotado a Stalin? Si es así, como parece, ¿cuántos millones de personas habrían podido vivir en caso de producirse la victoria fascista y la destrucción del comunismo? Ciertamente, Hitler hubiera enviado a los judíos a Madagascar, o quizá los habría asesinado, quién sabe, pero, en el peor de los casos, estamos poniendo en la balanza 15 millones de judíos, por un lado, y 100 millones de gentiles, por otro. Utilizando el mismo tipo de razonamientos que se emplean para justificar las atrocidades antifascistas, a saber, que “gracias” a Stalin se derrotó a Hitler, y con ello quedan legitimados losgulag, podemos ridiculizar este enfoque perverso, siendo así que equivaldría a decir que “gracias” a Stalin pudieron exterminarse a 100 millones de personas y evitar que Hitler matara a todos los judíos del universo, como mucho 15 millones. Lo que es absurdo. Pues las argumentaciones morales utilitaristas reclaman la mayor felicidad para el mayor número (sin especificar, claro, si son judíos o gentiles), en este caso, en términos negativos, la menor infelicidad posible para el mayor número, que se traduce en que, desde el punto de vista hedonista, la victoria de Hitler hubiera “evitado dolor” en un balance global de “placeres y daños” (que rige la vergonzante ética liberal), incluso aunque aceptemos como dogma de fe que dicha victoria “nazi” se habría traducidonecesariamente en el exterminio de los judíos y no en su simple deportación.
Y sólo si hiciésemos nuestra la dudosa idea de que la raza judía es “superior” o un pueblo elegido, tendría sentido en la vara de medir utilitarista vigente sostener que 15 millones de judíos -a lo sumo- valen lo mismo que 100 millones de gentiles. Ahora bien, admitido, en fin, que las víctimas del comunismo eran “fascistas” (aunque dicha imputación se hiciese a personas que ni siquiera tenían nada que ver con el fascismo, incluidos bebés de pecho), quizá pueda aguantarse con pinzas el indigno tinglado que sostiene la parafernalia cosmovisional del sistema oligárquico.La función del antifascismo como ideología es, por tanto, obvia: justificar que se exterminara a 100 millones de inocentes. Un ejemplo, el libro de Goldhagen, donde todos los alemanes corrientes de la época considéranse ejecutores del holocausto (luego merecedores de los bombardeos crematorios):
A fin de situar a los perpetradores en el centro de nuestra comprensión del Holocausto, lo primero que debemos hacer es devolverles sus identidades, cambiando, en el aspecto gramatical, la voz pasiva por la activa para asegurarnos de que los hombres no queden al margen de sus acciones (como cuando se dice: “quinientos judíos fueron exterminados en la ciudad X en la fecha Y”), prescindir de etiquetas convenientes pero a menudo inapropiadas y confundidoras, como “nazis” y “miembros de las SS”, y denominarlos como lo que eran, “alemanes”. El nombre propio general más adecuado, mejor dicho, el único adecuado para los alemanes que perpetraron el Holocausto es el de “alemanes”. Eran alemanes que actuaban en nombre de Alemania y de su popularísimo dirigente, Adolf Hitler. Algunos eran “nazis”, por su pertenencia al partido nazi o por convicción política, y otros no lo eran. Algunos eran miembros de las SS, otros no. Los perpetradores mataron y cometieron otros actos genocidas bajo los auspicios de numerosas instituciones aparte de las SS. Su principal común denominador era el hecho de que todos ellos eran alemanes que perseguían las metas políticas nacionales alemanas, en este caso, la matanza genocida de judíos. Desde luego, en ocasiones es apropiado utilizar nombres institucionales o profesionales y los términos genéricos “perpetradores” o “asesinos” para describir a los autores del genocidio, pero esto debe hacerse en el contexto bien entendido de que aquellos hombres y mujeres eran primero alemanes y luego miembros de las SS, policías o guardianes de los campos de concentración” (Goldhagen, D. J., Los verdugos voluntarios de Hitler. Los alemanes corrientes y el holocausto, Madrid, Taurus, 2003, p. 25).
Y añade:
El Holocausto fue el aspecto definitorio del nazismo, pero no sólo del nazismo, sino que también fue el rasgo definitorio de la sociedad alemana durante el período nazi. (…) La reacción a los asesinatos fue de una comprensión, si no aprobación generalizada. (op. cit., p. 27).
La conclusión de la obra:
La conclusión de esta obra es que el antisemitismo impulsó a muchos millares de alemanes “corrientes” a asesinar judíos y, de haberse encontrado en una posición adecuada, habría impulsado a millones más. Ni los apuros económicos ni los medios coercitivos de un estado totalitario ni la presión psicológica social ni unas tendencias psicológicas inalterables, sino las ideas acerca de los judíos que se habían generalizado en Alemania desde hacía décadas, indujeron a unos alemanes corrientes al exterminio de millares de hombres, mujeres y niños judíos desarmados e indefensos, de una manera sistemática y sin piedad (op. cit., p. 28).
No puedo resistir la tentación de “responderle” a Goldhagen arrojándole a la cara un fragmento de la Torah, uno entre cientos posibles, claro; sin olvidar que, como veremos, el mismo tiene mucho que ver con la política actual del Estado de Israel respecto de los palestinos:
Ahora, vete y castiga a Amalek, consagrándolo al anatema con todo lo que posee, no tengas compasión de él, mata hombres y mujeres, niños y lactantes, bueyes y ovejas, camellos y asnos (I Samuel, 15:13, también Deuteronomio, 25:19).
Respuesta del rabino Shim’on Weiser a un soldado israelí que pregunta si debe tratar a los palestinos como amalekitas:
Con ayuda del cielo. Querido Moshe, Saludos. Empiezo a escribirte esta tarde aunque sé que no podré terminar la carta hoy, porque estoy muy ocupado y además querría que fuese una carta larga para responder a tus preguntas exhaustivamente, y para ello tendré que copiar aquí algunos dichos de nuestros sabios, de santa memoria, e interpretarlos.
Las naciones no judías tienen una costumbre según la cual la guerra tiene sus propias reglas, como las de un juego, como las reglas del fútbol o del baloncesto. Pero, según dicen nuestros sabios, de santa memoria (…) para nosotros la guerra no es un juego sino una necesidad vital, y éste es el único criterio por el que debemos decidir cómo hacerla.
Por un lado (…) parece que se nos dice que si un judío asesina a un gentil, se le considera un asesino y, salvo por el hecho de que ningún tribunal tiene derecho a castigarle, la gravedad del caso es idéntica a la de cualquier otro asesinato. Pero en otro lugar de estas mismas autoridades (…) nos encontramos con que el rabino Shim’on solía decir: “Al mejor de los gentiles, mátalo; a la mejor de las serpientes, machácale los sesos”.
Tal vez quepa argumentar que la expresión “mátalo” del dicho del rabino Shim’on es meramente figurativa y que no debería tomarle literalmente sino entendiendo que significa “oprímelo” o alguna actitud similar, y de esta manera también evitamos una contradicción con las otras autoridades citadas. O uno podría argumentar que este dicho, aunque su intención sea literal, es (meramente) su propia opinión personal, discutida por otros sabios (antes citados). Pero la auténtica explicación la encontramos en las Tosafot. Ahí (…) descubrimos el siguiente comentario sobre la declaración talmúdica de que a los gentiles que se caigan en un pozo no hay que ayudarles a salir, pero tampoco hay que empujarlos al pozo para que mueran, lo cual significa que ni hay que salvarlos de la muerte ni hay que matarlos directamente. Y las Tosafot dicen lo siguiente: “Y si se pusiera en tela de juicio (porque) en otro lugar se ha dicho ‘Al mejor de los gentiles, mátalo’, entonces la respuesta es que este (dicho) está pensado para tiempos de guerra”(…).
Según los comentaristas de las Tosafot, hay que trazar una distinción entre tiempos de guerra y tiempos de paz, de modo que, aunque durante tiempos de paz esté prohibido matar a gentiles, en un caso que ocurra e tiempos de guerra el matarlos es una mitzvah (un imperativo, un deber religioso) (…)
Y ésta es la diferencia entre un judío y un gentil: aunque la regla “Al que venga a matarte, mátale tú antes” tiene validez para un judío, como se dijo en el Tratado Sanhedrin (del Talmud), página 72a, aun así sólo tiene validez para él si hay un fundamento (real) para temer que viene a matarte. Pero esto es lo que se debe suponer por lo general de un gentil en tiempos de guerra, salvo cuando esté muy claro que no tiene ninguna intención maligna. Ésta es la regla de la “pureza de armas” según la Halakhah, y no la concepción extranjera que se acepta hoy día en el ejército israelí y que ha sido la causa de muchísimas víctimas (judías). Incluyo aquí un recorte de prensa con el discurso que dio la semana pasada en la Knesset el rabino Kalman Kahana, que muestra de una manera muy verosímil -y también muy dolorosa- cómo esta “pureza de armas” ha causado muertes.
Con esto concluyo, esperando que la extensión de esta carta no te resulte fastidiosa. La cuestión se estaba debatiendo ya al margen de tu carta, pero tu carta me ha llevado a poner todo el asunto por escrito.
Haya paz, contigo y con todos los judíos, y (espero) verte pronto, como dices. Afectuosamente, Shim’on” (Shahak, I., Historia judía, religión judía, Madrid, Machado Libros, 2002, pp. 197-199).
Todos los alemanes, todos, perpetraron el holocausto o, en cualquier caso, habrían colaborado de haber podido en la masacre (Goldhagen lo sabe, suponemos que por ciencia infusa). Luego, todos alemanes -sin excepción- eran asesinos y se les podía “ejecutar” en tiempo de guerra. La causa de su criminal odio a los judíos era el antisemitismo y no el antisemitismo la consecuencia del racismo judío (eso sería poner el carro delante del caballo). La realidad del judeobolchevismo en nada influyó en ese odio. Tampoco la proclamación de un plan de exterminio del pueblo alemán en 1941, antes de que empezara el holocausto, ni la puesta en práctica de ese plan con los bombardeos genocidas británicos. Ninguna de estas evidencias públicas determinó en absoluto el rechazo popular a los judíos. Sólo, según Goldhagen, un antisemitismo preexistente y como caído del cielo (sin causa) que, casualmente, se detectaba en casi todos los pueblos que habían alojado a minorías hebreas importantes, con el agravante de que en Alemania el antisemitismo no era, ni con mucho, en opinión de Zygmut Bauman (toda una autoridad), el más virulento de Europa. Así pues, los alemanes, epítomes de los “fascistas”, tenían que ser sometidos al anatema. Y sólo porque los “fascistas”, esos demonios -seres expulsados de la humanidad- encarnaban el “mal absoluto”, la victoria de Stalin sobre Hitler puede considerarse una “ganancia” en términos de la axiología liberal-progresista. Pero con ello se rompe de raíz con el principio de igualdad que opera como fundamento de la filosofía de los derechos humanos. Y hay que elegir, o se esgrime la doctrina humanitaria y entonces la impunidad del antifascismo es un escándalo; o se desecha el humanitarismo, y ello en nombre de un solapado racismo judío de extrema derecha -considerando así, en efecto, que los judíos serían una raza superior-, pero entonces Hitler tendría alguna razón al pretender destruir el judeobolchevismo, pues tan válido sería el racismo semítico como el racismo germánico (o el vasco de Sabino Arana, merecedor de tantos premios). Pues Hitler no estaba obligado -y nosotros tampoco- a aceptar el concepto irracional (religioso) de dicha superioridad hebrea. O sea que, tanto en un caso como en otro, el antifascismo cae por su propio peso. Sólo la cobardía de los intelectuales, su traición a la verdad y a la decencia, permite que se perpetúe esta infamia. Esto y la propaganda, machacona, diaria, constante, del supremacismo ultraderechista judío (sionista) al que todas las derechas cristiano-liberales del mundo occidental se han vendido hace ya mucho tiempo.
20 de febrero de 2011
Más sobre Alexander Solzenitsin:
http://www.hispanidad.info/solzhenitsyn.htm
(continuará)
